miércoles, agosto 5

La victoria de la contrarrevolución (Stalin)

Rabochi i Soldat Nº 1 del 23 de julio (5 de agosto) de 1917

La contrarrevolución se ha organizado. Sus fuerzas crecen y atacan en toda la línea. Sus líderes, los señores demócratas constitucionalistas, que todavía ayer boicoteaban al gobierno, hoy están dispuestos a retornar al Poder para hacer y deshacer en el país.

Los partidos “gobernantes” -los eseristas y los mencheviques-, con su gobierno de “salvación de la revolución”, retroceden en completo desorden. Están dispuestos a cualquier concesión, están dispuestos a todo, no hay más que ordenárselo.

¿Entregar a los bolcheviques y a sus partidarios?
- Con mil amores, señores demócratas constitucionalistas; ahí tienen a los bolcheviques.

¿Entregar a la delegación del Báltico y a los bolcheviques de Kronstadt?
- Estamos dispuestos a servirles, señores del “servicio de contraespionaje”; ahí tienen a la delegación.

¿Suspender los periódicos bolcheviques, los periódicos de los obreros y de los soldados, esos periódicos tan desagradables para los demócratas constitucionalistas?
- Encantados de poder servirles, señores demócratas constitucionalistas; los suspenderemos.

¿Desarmar a la revolución, desarmar a los obreros y a los soldados?
- Con mucho gusto, señores terratenientes y capitalistas. No sólo desarmaremos a los obreros de Petrogrado, sino también a los de Sestrorietsk, aunque estos últimos no hayan participado en los acontecimientos del 3 y el 4 de julio.

¿Restringir la libertad de palabra y de reunión, la inviolabilidad personal y de domicilio, implantar la censura y organizar una Ojrana?
- Todo será hecho, todo sin excepción, señores reaccionarios.

¿Restablecer la pena de muerte en el frente?
- Con el mayor placer, señores insaciables...

¿Disolver la Dieta de Finlandia, que se atiene a la plataforma adoptada por los Soviets?
- Muy bien, señores terratenientes y capitalistas; se hará lo que ustedes manden.

¿Revisar el programa del gobierno?
- Con mil amores, señores demócratas constitucionalistas.

Y los mencheviques y los eseristas están dispuestos a seguir haciendo concesiones, con tal de ponerse de acuerdo con los demócratas constitucionalistas, con tal de llegar a cualquier ajuste con ellos.

Pero la contrarrevolución se insolenta más y más, exige nuevos sacrificios, lleva al Gobierno Provisional y al Comité Ejecutivo a abdicaciones vergonzosas. Para complacer a los demócratas constitucionalistas, se propone convocar en Moscú una “asamblea extraordinaria” de los miembros de la abolida Duma de Estado y otros representantes de los viejos elementos privilegiados, en cuyo coro el Comité Ejecutivo Central quedará en lastimosa minoría. Los ministros, perdida la cabeza, depositan sus carteras a los pies de Kerensky. Y al dictado de los demócratas constitucionalistas se elabora la lista de los ministros.

A enterrar, con la ayuda de la Duma zarista y de los traidores demócratas constitucionalistas, la libertad, lograda con sangre: a ese abismo de vergüenza nos conducen los actuales timoneles de nuestra vida política...

Pero la guerra continúa, agravando las calamidades en el frente. Y ellos piensan que, restableciendo allí la pena de muerte, podrán mejorar la situación. ¡Ciegos! No ven que la ofensiva únicamente puede ser apoyada por las masas cuando los fines de la guerra están claros y son compartidos por el ejército, cuando el ejército tiene conciencia de que vierte su sangre por una causa que es la suya propia. No ven que en la Rusia democrática, donde los soldados tienen libertad para, celebrar mítines' y asambleas, una ofensiva en masa es imposible sin esa conciencia.

Pero el desbarajuste económico continúa, amenazando con el hambre, con el desempleo, con la ruina general. Y ellos piensan que con medidas policíacas contra la revolución podrán solucionar la crisis económica. Tal es la voluntad de la contrarrevolución. ¡Ciegos! No ven que sin medidas revolucionarias contra la burguesía es imposible salvar al país de la ruina.

Se persigue a los obreros y se destruyen las organizaciones, se desatienden las necesidades de los campesinos, se detiene a soldados y a marinos, y se calumnia y difama a los jefes del Partido proletario, mientras los contrarrevolucionarios, insolentados, se regocijan y vomitan calumnias; y todo eso se hace bajo la etiqueta de “salvar” a la revolución. A eso nos han conducido los partidos eserista y menchevique.

¡Y todavía hay en el mundo gentes (v. “Nóvaia Zhizn”) capaces de proponer que, después de todo eso, nos unamos con los señores que “salvan” a la revolución estrangulándola!

¿Por quién nos han tomado? ¡No, señores, nuestro camino no es el de los traidores a la revolución!

Los obreros jamás olvidarán que en los duros momentos de las jornadas de julio, cuando los contrarrevolucionarios, enfurecidos, abrían fuego contra la revolución, el Partido Bolchevique fue el único que no desertó de las barriadas obreras.

Los obreros jamás olvidarán que en aquellos duros momentos los partidos “gobernantes”, los eseristas y los mencheviques, estaban en el campo de los que combatían y desarmaban a los obreros, a los soldados y a los marinos.

Los obreros recordarán todo eso y harán las conclusiones correspondientes.
K. St.

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