lunes, junio 29

Con el ejército, antes de la ofensiva (Kerensky)


Después de aprobar la resolución pertinente en el Congreso de los Soviets; después de visitar el Congreso de Cosacos y recibir de los comités de regimiento de la guarnición de Petrogrado la solemne promesa de que no tomarían ventaja de mi ausencia para intentonas revolucionarias; el 13 (26) de junio, me dirigí hacia la parte del frente donde la ofensiva iba a empezar. En Tarnopol, los representantes militares de los aliados se reunieron conmigo en mi vagón. En nombre del Rey de Inglaterra, el representante británico acreditado al Cuartel General Ruso prometió los ejércitos británicos apoyarían nuestra ofensiva. Por razones aún desconocidas para mí, esta promesa no fue mantenida. En Tarnopol, hice pública mi orden a las tropas, para el avance. Toda Rusia estaba en tensión, con expectativa. ¿Avanzarían las tropas? Nadie se aventuraba a responder la pregunta.

Más allá de Tarnopol empezaba el verdadero y activo frente. ¡Cuán diferente era la situación ahora comparada con la de fines de mayo, durante mi primera visita al general Brusilov! Entonces había un silencio mortal y vacío. Ahora había vida, movimiento, preparativos para el gran esfuerzo. Los regimientos marchaban, las cajas de municiones se sacudían, las cocinas de campaña hacían ruido camino al frente. La artillería rugía a la distancia. En la noche, aquí y allá, sobre nuestras posiciones se veían los ardientes cañonazos de los alemanes.

Lentamente, con cierto aire de triunfo, mi tren paraba en el cuartel del general Hutor, comandante del Frente Galitzia, cerca de la pequeña ciudad de Kshivy, a corta distancia de las posiciones del Sétimo Ejército, que iba a moverse primero en dirección de Brjezany.

Hutor, que sucedió a Brusilov, como comandante del frente, no era un general particularmente notable. Pero tenía un jefe de estado mayor de primera clase en el general Dujonin, uno de los mejores oficiales de Rusia, que tuvo una brillante carrera durante la Guerra y que supo mantener el respeto de sus soldados en lo más álgido de la revolución, sin sacrificar de ningún modo el honor de su uniforme o la dignidad de un honesto ciudadano...

El 13 (26) de junio empezó el preparativo de la artillería para el avance. Durante dos días, nuestra artillería disparó fuego sobre las trincheras enemigas. La réplica del vigilante enemigo fue el silencio. Los alemanes habían despejado sus trincheras. Su artillería, bien camuflada, estaba esperando su momento. No todo estaba en orden en el ánimo del sétimo y decimoprimer ejércitos que habían sido designados para la ofensiva. Había divisiones en un estado próximo al motín. Había regimientos que demostraban sólo obediencia superficial. Había oficiales sin suficiente “corazón” y otros que realmente estaban saboteando las operaciones preparatorias.

El 31 de mayo (3 de junio) yo había inspeccionado nuestras posiciones. Ahora es difícil describir nuestro estado mental. ¡Mucha tensión, determinación y, a veces, un sentimiento de inevitable triunfo!... Ahora. oficiales y soldados estaban yendo a la batalla sin las viejas emociones. Percibíamos claramente su esfuerzo por superar algo en ellos mismos, para liberarse de las inusuales sensaciones en la víspera de la batalla. Había más profundidad, más espiritualidad, pero menos armonía concentrada. Las tropas parecían sentir que la mella en sus interiores no había sido totalmente removida. Hasta el último momento los oficiales no sabían si los soldados los seguirían en el ataque. Los soldados no estaban lo suficientemente seguros de si era necesario morir cuando en la retaguardia se hacían realidad los más fervientes sueños de generaciones.

En ese día, en nuestro último discurso a las tropas, antes de la batalla, cada uno de los oradores estaba agitado. ¿No eran nuestros discursos el último saludo antes de la muerte? Los soldados y varios oficiales bebieron cada palabra, tratando de encontrar en ellas la respuesta a la penosa cuestión que agitaba sus almas simples en el mismísimo último momento.

Recuerdo una multitud de soldados en la región del Decimoprimer Ejército, cerca de un refugio subterráneo que atraía la atención de la artillería alemana. Teníamos que hablar bajo el sonido de los proyectiles volando. Pero nadie se movió, nadie se aventuró a buscar refugio, ni siquiera a agacharse.

Recuerdo un viaje, tarde en la noche. Llovía y había tempestad. En un punto, nos esperaban los regimientos que recién habían llegado. Bajo el terrible diluvio, acompañado de rayos y truenos, totalmente empapados los miles de soldados no se movían, ansiosos de encontrar en mis palabras la fe en la justicia de su próximo sacrificio a muerte.

Extractos de 'The Catastrophe" de Alexander Kerensky, 1927. Traducción propia.

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